CAFÉ

Ahora, mientras estoy tomando mi cafecito de la mañana en la terraza de casa, no sé porque me ha venido a la mente mi primera taza de café. Recuerdo ese momento, mi primer café, fue rodeada por mis amigas Diana, Puchi, Rebeca… En B.U.P. celebrábamos los cumpleaños antes de entrar a clase y quedábamos para desayunar. A las 8 a.m. en la Puerta Principal de Maristas y de ahí al Bar Beti (de los pocos abiertos a esas horas por la zona). Lo que se me escapa es de quién era el cumple (cosas de la edad), pero me acuerdo perfectamente que tomé un descafeinado de sobre. Fijaros que es tonta la historia, sobre todo con los miles, miles y miles de cafés que he tomado desde ese día pero…

Hay otros cafés que han marcado mi vida, como el de la estación de servicio de Paris o el supuso empezar a salir con Agus o el que me bebí prácticamente de un trago antes de dejar a Carlos o al que me invitó alguien con quien jamás pensaba compartir nada hasta aquel entonces o el que saboreaba mientras pensaba que podía ser el último café de mi vida o todos aquellos que me tomo con mi padre o los que se tomaba mi abuelo en Navidad mientras yo le miraba sin perderme un detalle o los que me tomaba en el Starbucks de Recoletos mientras esperaba que Jon acabara el informativo o cualquiera de los del Monterey o aquel que desearía no hubiese acabado nunca o el del aeropuerto de Munich o los que disfruto en la cama...

El café por sí solo es amargo, pero se puede convertir en una de las cosas más dulces del mundo y no únicamente por ponerle kilos y kilos de azúcar; puede ser dulce sólo por la persona con la que compartes ese café. A mí me encanta el café, cortado, sólo, con leche, con hielo, cappuccino, con Baileys… ; pero lo mejor de cualquier café la compañía.